"A veces, cuando toreo, la felicidad pasa cerca de mí"
El diestro sevillano reflexiona sobre su peculiar concepto del toreo antes de recibir el Premio Paquiro de Toros
Morante de la Puebla lleva dos años seguidos convirtiendo la Plaza de las Ventas en una caja de resonancia en la que estallan y se suceden, al unísono, los olés de más de 20.000 gargantas. Ese rugido del público madrileño lo mece el torero sevillano al ritmo de sus soberbias verónicas. El 21 de mayo del año pasado casi pone de pie al mismísimo Antoñete. Y en la tarde del 2 junio de este último San Isidro volvió a volar su capote empapado en sentimiento. Hay fotos de esas dos tardes en las que Morante, con el toro ya envuelto en el engaño, aparece con los ojos cerrados. El diestro parece en trance. “Es como me gustar torear, embriagado, olvidándolo todo”, confiesa. El primero de estos dos hitos en el toreo de capa le ha valido el Premio Paquiro de Toros, concedido por El Cultural y patrocinado por Telefónica, un galardón que ya poseen Sebastián Castella y José Tomás.
PREGUNTA.- Ha comentado en alguna ocasión que torear no es vivir, sino sobrevivir. ¿Qué le da el toreo para compensarle?
RESPUESTA.- No sabría decirle, la verdad. No sé si me compensa. Lo veo como una realidad que acato, simplemente. Es algo en lo que te metes por vocación, y al principio tienes mucha ilusión pero, con el tiempo, te vas dando cuenta del peligro, del sacrificio que supone ser torero, de la exigencia a la que te someten y también te sometes tú. Sientes que cada día que pasa todo es más difícil. Aunque también cada día encuentras nuevos estímulos en los que fijar tu interés y buscas llegar a nuevas metas.
P.- Afirma que al toro le entrega su sufrimiento. ¿Se siente más sereno después de torear?
R.- Bueno, pues depende un poco de cómo haya salido la tarde. Algunas te desesperas porque sientes que te has vaciado, que has entregado mucho y has recibido poco. Otras en cambio te sientes lleno. Es un constante vaivén, todo se mueve. Lo que no cambia es el bajón que te viene en el hotel. El silencio siempre llega, tengas una buena o una mala tarde. La densidad del cuerpo baja. Te quedas clavado donde estés y tardas un buen rato en poder moverte, en ir a la ducha... Sobre todo me sucede después de torear en plazas de gran responsabilidad, donde intentas sentirte más.
P.- ¿Delante la cara del toro se puede sentir la felicidad o en esos momentos hay demasiada tensión?
R.- Bueno, pues a veces la felicidad puede pasar por ahí, en los momentos en que estás totalmente entregado. Puedes llegar a sentirte embriagado, pero hay que tener cuidado con esa embriaguez porque la inteligencia hay que mantenerla siempre. Lo más bonito para mí es sentirme embriagado cuando toreo, olvidarme de todo delante del toro.
P.- ¿Cómo recuerda la faena del 21 de mayo de 2009, por la que le conceden el Premio Paquiro?
R.- Tardes como aquella son las que acentúan tu identidad como torero. Uno entrena cada día unos movimientos, los repites una y otra vez hasta el infinito, pero luego es muy difícil que te salgan tan perfectos en la plaza. Ese día salieron. Fue una tarde muy importante, en la que rebasé una determinada dimensión, una dimensión en la que es muy complicado llegar pero que, cuando entras, empiezas a descubrir nuevas puertas y nuevos caminos.
P.- La relación con el maestro Paula fue algo espinosa. Al margen de las desavenencias, ¿cuál considera que es la enseñanza más valiosa que le brindó el maestro en ese tiempo?
R.- No podría destacar una porque a su lado he aprendido muchísimo, ha sido un aprendizaje continuo. A él le gustaba enseñarme y tiene la ventaja de que sabe transmitir muy bien. Entre él y yo no ha habido desavenencias, pero los dos somos toreros y los toreros nos desligamos por cualquier cosa. Yo le sigo guardando un gran afecto. Él me ha ayudado mucho a encontrar mi sitio en el toreo.
P.- ¿Es posible el temple sentado sobre una silla?
R.- Hombre, mucho más porque estás más relajado (ríe). Surgió un poco improvisadamente. Todos tenemos la imagen de Rafael el Gallo. A mí me revoloteaba en la cabeza. Mandé a mi mozo de espadas para que buscara una silla por si salía un buen toro bueno. El último lo fue y decidí sacarla. Fue mi homenaje a la historia de la tauromaquia. Hacer algo así encaja dentro de mi manera de entender el toreo.
P.- ¿Qué lectura le ha dado más claves para apuntalar esa forma suya tan personal de entenderlo?
R.- Me gustaría mentar a Corrochano, un periodista de los tiempos, precisamente, de Rafael el Gallo. Cuando leí su libro Qué es torear quedé maravillado, porque explica magistralmente este mundo. Yo se lo recomiendo a cualquiera que tenga intención de profundizar en los misterios de este arte. Casualmente, un día hablando con Paula le comenté que me gustaba mucho este libro. Él me dijo que también le parecía buenísimo y que siempre lo había tenido de cabecera.
P.- Si hubiera tenido que ir al Parlamento catalán a defender la tauromaquia, ¿qué habría dicho sobre el estrado?
R.- No creo que fuera la persona más indicada para defender el toreo con palabras. Yo lo defiendo en el ruedo, toreando. Es un debate que está envenenado de política. En Cataluña muchos quieren acabar con todo aquello que huela a España. Luego hay muchos antitaurinos que se ponen detrás de la pancarta sin tener ni idea de lo que están atacando. A mí me encantaría enseñarles cómo nace un toro, cómo se le respeta y se le ama, como el torero entrega su vida a este rito. Estoy seguro de que si conocieran eso no me llamarían criminal como hicieron este fin de semana en León.
P.- ¿Con qué ánimo afronta lo que resta de temporada?
R.- Ahora viene lo más duro, con corridas casi todos los días. Todo depende de cómo vayan transcurriendo los acontecimientos. Si te coge el toro y vas arrastrando una lesión todo se pone muy cuesta arriba. También puede ir sobre ruedas. Nunca se sabe. Torear es una aventura. De momento me siento muy bien físicamente.
P.- ¿Y anímicamente?
R.- Pues como diría aquel: “Mejor no entrar en detalles”.
Por Alberto Ojeda
Fuente El Cultural.es Foto Conchitina.